EL RATON DE BIBLIOTECAS.
Por: Eliécer Vásquez Q.
Ninguna pompa de jabón flota por más tiem
po de la que irradia la educación en nuestra edad adulta, prácticamente tuve que estudiar toda mi secundaria y estudios universitarios en colegios nocturnos, desde que era un adolescente, tenía que trabajar en horas de la mañana para apoyar a mi familia compuesta de cuatro hermanos, la cual era sumamente humilde y carente de las más elementales necesidades para una familia de seis.
po de la que irradia la educación en nuestra edad adulta, prácticamente tuve que estudiar toda mi secundaria y estudios universitarios en colegios nocturnos, desde que era un adolescente, tenía que trabajar en horas de la mañana para apoyar a mi familia compuesta de cuatro hermanos, la cual era sumamente humilde y carente de las más elementales necesidades para una familia de seis.
Todo mi transcurrir por el mundo de la enseñanza media
y superior la logré realizar con solo un par de cuadernos de 200 páginas, un
lápiz y un bolígrafo , a falta de no tener dinero para comprar libros, tenía
que sacarle copia a libros de mis amigos pero la mayoría de las veces parecía
un “ratón de biblioteca”, me podrían
encontrar en las bibliotecas de las escuelas y de la Universidad; en los
tiempos libres, horas de recreo o altas horas de la noche, inclusive los fines
de semana.
Gracias a Dios, la mayoría de mis profesores con sus
instrucciones y excelente pedagogía, me hacían saber que: …”el mundo no es un
patio de juegos, sino un salón de clases, que la vida no es una fiesta, sino
esfuerzo, fuerza de voluntad y dedicación”. Una lección eterna para todos
nosotros principalmente para los más necesitados.
En ese estadio de situación, me empecé a dar cuenta que; “enseña más la necesidad, que la Universidad”.
Que interesante, extraordinario y sublime fue conocer
a alguien como el Dr, Ricardo Arias calderón (ex vicepresidente de la
República) Q.E.P.D. profesor de
filosofía en la Universidad Nacional de Panamá, por mencionar sólo uno, que nos
hizo saber que “la educación “es el vestido de gala para asistir a la fiesta de
la vida”, más gratificante aún hacernos sentir, que el primer deber de un
profesor, es amar y respetar a sus alumnos, una brújula que activa los imanes
de la curiosidad, el conocimiento y la sabiduría, que no es sólo la transmisión
del conocimiento de cabeza a cabeza sino de corazón a corazón y que nos
involucre a ambos; a educandos y a educados.
Sus profundas enseñanzas dejaron una honda huella en nuestra conciencia para
siempre, gracias por educarnos a su
peculiar manera, gracias por
reafirmarnos que educar no es fabricar adultos según un modelo, sino liberar en
cada uno de nosotros lo que nos impide ser nosotros mismos y realizarnos
según nuestras creencias, nuestro genio
y nuestros dones a pesar de nuestras limitaciones.
Educarnos en los principios espirituales, universales
y que tengamos un criterio para distinguir la injusticia y protestar contra
ella, una educación civil, pública o privada que nos oriente y nos dé confianza
para recurrir a los organismos adecuados en defensa de nuestros derechos
inalienables.
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