CIEN
INTERMINABLES HORAS DE CARNAVAL
Al abordar el tema
del “carnaval”, se transgrede mi propia retórica, provocando un
asedio intenso de los sentidos que se vuelcan en la acuarela transparente de mi
memoria, exhibiendo la diversidad fantástica de las personas de mil
máscaras.
La sangre reverbera,
el deseo roe los bordes de la lujuria, el ambiente se vuelve cómplice, en la
piel se siente un temblor, se palpa una textura, la pasión recorre sabanas,
agujeros mordidos. Es el hombre y la mujer martillando sobre el caliente
despertar del deseo, es el momento de amar, gozar y desnaturalizarse de todos
los tiempos, fragmentado en cien interminables horas.
Viento que acaricia
el rostro, licor que embriaga el alma, agua que rosará la piel en un rio
virtual e intenso de gotas convertidas en cadenas de cristal; calle
arriba y calle abajo, murgas, tamborito, jolgorio, princesas, reinas y
carrozas.
Las carcajadas
resonando, confundiéndose entre el murmullo de los diálogos amorosos, “las
conquistas fáciles, las citas apremiantes”. Las parejas se estrechan
en enamorado abrazo y el rumor de los besos se mese en un sueño, entre el
bullicio público y licencioso de las autoridades.
El embriagante festejo de carnaval lo
tolera todo: la lujuria pecaminosa, los pedazos de nalga guindando del
pantaloncillo, las tetas a flor del sostén, las lonjas de barriga al aire
libre, las desgalilladas cantalantes, las chiquillas oscilando su
cintura al ritmo de la música de Sandra Sandoval, la risa, los gritos,
los grupos de danzantes contorneando el
cuerpo bajo los frondosos arboles y por otro lado, la alegría
espontánea y despreocupada de los borrachos.
Hacia la caída de la tarde, una playa sin fin, impregnada de sonidos
naturales: espectros del sol intensos y ardientes, el océano
desata sus espumas, se goza una humedad que recuerda las cascadas imperecederas
del amor, olas que danzan cadenciosas empujadas por el viento, caracolas
alegres dispersas en la arena con ganas de imitar el fascinante y complejo
mundo del CARNAVAL, el sol las circunda y, alternativamente la
hace pasar de la luz a la sombra.
En esta época, la
mujer se inviste de todas las propiedades telúricas, su cuerpo se deshoja y
danza sobre la desnudez, con el baile del amante que se mueve desenfrenadamente
al son del Rap, hasta sentir sus instintos colmados de placer.
En las noches de
carnaval, la mujer posee otro dinamismo, sufre todas las mutaciones del mundo
natural: es asfalto, crepúsculo, noche constelada, niebla, incendio. Su cuerpo
posee colinas y bahías que semejan la geografía del planeta; su sonrisa es agua
sus raíces se ramifican invasoras por la piel, poseedoras de la fuerza de la
espiga y la vastedad de las palmeras.
Es cuerpo de erizo y
brazos de enredadera. Su cuerpo se vuelve lácteo, pisciforme; se transforma
en mariposa, en abeja, en libélula, en deseo de olores pervertidos
esperando el rocío de un amor pasajero, polvoriento e impreciso desde el primer
momento de una fugaz entrega, en un lecho irreconocible, en una almohada
desconocida, en un torbellino de besos y saliva que mojan el alma en la noche
perfumada del idilio, en un intenso recorrido de sentimientos que terminará
después del miércoles de ceniza, y que tal vez le deje como regalo el fruto de
la continuidad como especie humana.
Carnaval. Oh carne banal,
fantasía de sueños, felicidad , desenfreno , despechos, hipocresía, ebrios
desesperados, jolgorio, farsas, cuerpos insatisfechos, gula y falta del
amor a Dios en cien interminables horas de carnaval.