MIS LÁGRIMAS DESDE EL SEPULCRO DE JESUS
Por: Eliécer Vásquez Q.
A propósito de mi conversión en Jerusalén
… Mantenía los ojos completamente
cerrados, pasaban raudas las imágenes de mi vida, en un collage de dimensiones
gigantescas que se expandían y comprimían, para abarcar el todo y al mismo
instante, el detalle de un hecho en particular; el desperdicio de mi vida.
En efecto, había desperdiciado
prácticamente la mitad de mi existencia fuera de los maravillosos caminos del
Señor para andar por sendas tenebrosas.
Los mejores años de mi
adolescencia y de mi juventud los dediqué a
estudiar y profundizar una filosofía que negaba la existencia de Dios,
principios filosóficos que me hicieron en muchas ocasiones injuriar, despreciar
y predicar la no existencia del Señor.
Sin religión, sin fe y sin guía
espiritual, me convertí en una víctima
fácil de las trampas de la vida que se colgaron de mi alma para conducirme a
las perversidades del vicio. Me erigía sobre un
espinoso camino de incredulidad a todo, de frustraciones históricas,
desorden constante, alcoholismo, infidelidad, arrogancia, mentiras,
distracciones indeseables y los más bajos instintos que se pueden producir en
un hombre que ha perdido su norte.
Una vida miserable que no era
otra cosa que el preludio de una muerte segura e inevitable. Ahora la defino
como; la autodestrucción de una vida que se había quedado sin proyecto.
Esta cotidiana lucha entre las sombras y las ánimas
del purgatorio me hizo penetrar en la intimidad y beber del conocimiento de
muchas religiones y sectas religiosas, Estaba en una incesante búsqueda de
La verdad, de un ser superior que llenara mi espíritu
y rescatara mi alma, de alguna manera todas estas religiones y grupos místicos
me ayudaron a crecer y a enderezar un poco mi camino, a replantearme una nueva
escala de valores morales, de manera que la integridad y la rectitud
distinguirán mis actos, una conducta afín con las propuestas de cada una de
ellas y de la sociedad pero en ninguna encontré lo que buscaba.
Y es que, cuando se nos oscurecen los signos de Dios
porque fallan el amor y la amistad, la fidelidad en el matrimonio, la falta de
principios y valores morales; el respeto a la vida, la justicia y derechos
humanos, cuando el bien y la verdad parecen desaparecer ante el empuje del mal
y de la mentira, entonces se nos hace más difícil seguir creyendo en Dios y en
las personas. Surgen la crisis de fe, la duda mística, somos presa del miedo,
aparece el desánimo. Todo ello es señal inequívoca de una fe débil que queda a
la interperie y sin raíces, entonces es el momento de suplicar: ¡Sálvame
Señor!.