HUMEDADES
De: Eliécer Vásquez Quezada
Humedades, prosigue una producción
literaria personal que abarca ya casi cuatro décadas. A diferencia de los
anteriores, en este percibo una vitalidad y riqueza que no había reconocido
hasta ahora en mi quehacer literario, pues me resulta un poemario
verdaderamente atípico, con un tono a veces desbordado por la emoción y directo en el lenguaje,
ya que nace inmerso en una sobredosis de deseo apasionado y de amor compartido.
Al abordar el tema lírico, tanto en el amor como en el erotismo, se transgrede
mi propia retórica, lo que provoca un asedio intenso de los sentidos que se
vuelca en la acuarela transparente del cuerpo de la mujer amada.
La sangre reverbera, el deseo roe los bordes de la escritura, la tinta
se vuelve cómplice, el océano desata sus espumas, se goza una humedad que
recuerda las cascadas imperecederas del amor. En las humedades de la piel se
siente un temblor, se palpa una textura, la pluma filosa del poeta recorre
sabanas, agujeros mordidos. Es la palabra martillando sobre el caliente
despertar del silencio, es el poema de amor de todos los tiempos, fragmentado
en el recuerdo y que, gracias a este oficio generoso, he reescrito y plasmado
sobre una lluvia torrencial y satisfecha.
Esta obra recoge los momentos más sublimes que a nivel amoroso y sensual
he experimentado con una mujer que es única, desde el primer momento de su
divina entrega, en el mismo lecho, en la misma almohada, en un torbellino de
besos y saliva que mojan el alma en la noche perfumada del idilio, en un
intenso recorrido de sentimientos que no terminará nunca y que nos ha dejado
como regalo el fruto de la continuidad como especie humana.
En Humedades, la mujer se inviste
de todas las propiedades telúricas, su cuerpo se deshoja y danza sobre la
desnudez, con la lengua del amante que juguetea desenfrenadamente con su
pubis hasta ver sus ojos colmados de
placer.
Aquí, la mujer posee el mismo dinamismo, sufre todas las mutaciones del
mundo natural: es asfalto, fuga y quiebre del oleaje, el sol la circunda y,
alternativamente la hace pasar de la luz a la sombra; es crepúsculo, noche
constelada, niebla, incendio. Su cuerpo posee colinas y bahías que semejan la
geografía del planeta, sus ojos contienen el océano y su sonrisa es agua; sus
raíces se ramifican invasoras por la piel, poseedoras de la fuerza de la espiga
y la vastedad de las palmeras.
Es cuerpo de erizo y brazos de enredadera. Su cuerpo se vuelve lácteo,
pisciforme; se transforma en caracola, en mariposa, en abeja, en libélula, en
deseo de olores pervertidos esperando el rocio de un amor puro, polvoriento y
preciso.
Las palabras
difuminan el color de todo lo que abarcan
y, en exquisita armonía, la alfombra de la noche sugiere el abrazo de los
cuerpos desnudos para invitarlos a quedarse y dar fe de sus pueriles
provocaciones, envueltos en el embriagante aroma de la cópula; mientras uno
escruta la mirada de la amada y su cabello azabache desata la infinita
oscuridad; mientras los dedos desgranan el lunar de su rostro, el deseo
intermitente en el instante de éxtasis.
Todo se ha
consumado. El amante se queda parado delante de su amada, mientras un espejo
devuelve la imagen de un cuerpo de mujer que se mira sin mirarse, perdida en
las brumas de un amor que se consuma a plenitud. Irremplazable mujer de mis
insomnios. ¡Oh, Maja desnuda de mis noches!