CIEN INTERMINABLES HORAS DE
CARNAVAL
Por: Eliécer Vásquez Q.
Al abordar el tema del “carnaval”, se transgrede mi propia retórica, provocando un asedio
intenso de los sentidos que se vuelcan en la acuarela transparente de mi
memoria, exhibiendo la diversidad fantástica de las personas de mil
máscaras.
La sangre reverbera, el deseo roe los bordes de la lujuria, el ambiente
se vuelve cómplice, en la piel se siente un temblor, se palpa una textura, la
pasión recorre sabanas, agujeros mordidos. Es el hombre y la mujer martillando sobre
el caliente despertar del deseo, es el momento de amar, gozar y
desnaturalizarse de todos los tiempos, fragmentado en cien interminables horas.
Viento que acaricia el rostro, licor que embriaga el alma, agua que rosará la piel en un rio
virtual e intenso de gotas
convertidas en cadenas de cristal; calle arriba y calle abajo, murgas,
tamborito, jolgorio, princesas, reinas y carrozas.
Las carcajadas
resonando, confundiéndose entre el murmullo de los diálogos amorosos, “las conquistas fáciles, las citas
apremiantes”. Las parejas se estrechan en enamorado abrazo y el rumor de
los besos se mese en un sueño, entre el bullicio público y licencioso de las
autoridades.
El embriagante festejo de carnaval lo tolera todo:
la lujuria pecaminosa, los pedazos de nalga
guindando del pantaloncillo, las
tetas a flor del sostén, las lonjas de barriga al aire libre, las desgalilladas cantalantes, las chiquillas oscilando su cintura al ritmo de la música de Sandra Sandoval, la risa,
los gritos, los grupos de danzantes contorneando el cuerpo bajo los frondosos arboles y por otro lado, la alegría
espontánea y despreocupada de los borrachos.
Hacia la caída de la tarde, una playa sin fin, impregnada de sonidos naturales: espectros del sol intensos y ardientes, el océano desata sus espumas, se goza una
humedad que recuerda las cascadas imperecederas del amor, olas que danzan
cadenciosas empujadas por el viento, caracolas
alegres dispersas en la arena con ganas de imitar el fascinante y complejo
mundo del CARNAVAL, el sol las
circunda y, alternativamente la hace pasar de la luz a la sombra.
En esta época, la mujer se inviste de todas las propiedades telúricas,
su cuerpo se deshoja y danza sobre la desnudez, con el baile del amante que se
mueve desenfrenadamente al son del Rap, hasta sentir sus instintos colmados de
placer.
En las noches de carnaval, la mujer posee otro dinamismo, sufre todas
las mutaciones del mundo natural: es asfalto, crepúsculo, noche constelada,
niebla, incendio. Su cuerpo posee colinas y bahías que semejan la geografía del
planeta; su sonrisa es agua sus raíces se ramifican invasoras por la piel,
poseedoras de la fuerza de la espiga y la vastedad de las palmeras.
Es cuerpo de erizo y brazos de enredadera. Su cuerpo se vuelve lácteo,
pisciforme; se transforma en mariposa,
en abeja, en libélula, en deseo de olores pervertidos esperando el rocío de un
amor pasajero, polvoriento e impreciso desde el primer momento de una fugaz
entrega, en un lecho irreconocible, en una almohada desconocida, en un
torbellino de besos y saliva que mojan el alma en la noche perfumada del
idilio, en un intenso recorrido de sentimientos que terminará después del
miércoles de ceniza, y que tal vez le deje como regalo el fruto de la continuidad
como especie humana.
Carnaval.
Oh carne banal, fantasía de sueños, felicidad , desenfreno , despechos,
hipocresía, ebrios desesperados, jolgorio, farsas, cuerpos insatisfechos, gula
y falta del amor a Dios en cien
interminables horas de carnaval.