viernes, 3 de abril de 2015

MIS LÁGRIMAS DESDE EL SEPULCRO DE JESUS (parte 2)



MIS LÁGRIMAS DESDE EL SEPULCRO DE JESUS
(parte 2)
Por: Eliécer Vásquez Q.
A propósito de mi conversión en Jerusalén

… Mantenía los ojos completamente cerrados, pasaban raudas las imágenes de mi vida, en un collage de dimensiones gigantescas que se expandían y comprimían, para abarcar el todo y al mismo instante, el detalle de un hecho en particular; el desperdicio de mi vida.
En efecto, había desperdiciado prácticamente la mitad de mi existencia fuera de los maravillosos caminos del Señor para andar por sendas tenebrosas.

Los mejores años de mi adolescencia y de mi juventud los dediqué a  estudiar y profundizar una filosofía que negaba la existencia de Dios, principios filosóficos que me hicieron en muchas ocasiones injuriar, despreciar y predicar la no existencia del Señor.
Sin religión, sin fe y sin guía espiritual, me convertí en  una víctima fácil de las trampas de la vida que se colgaron de mi alma para conducirme a las perversidades del vicio. Me erigía sobre un  espinoso camino de incredulidad a todo, de frustraciones históricas, desorden constante, alcoholismo, infidelidad, arrogancia, mentiras, distracciones indeseables y los más bajos instintos que se pueden producir en un hombre  que ha perdido su norte.

Una vida miserable que no era otra cosa que el preludio de una muerte segura e inevitable. Ahora la defino como; la autodestrucción de una vida que se había  quedado sin proyecto.
Esta cotidiana lucha entre las sombras y las ánimas del purgatorio me hizo penetrar en la intimidad y beber del conocimiento de muchas religiones y sectas religiosas, Estaba en una incesante búsqueda de
La verdad, de un ser superior que llenara mi espíritu y rescatara mi alma, de alguna manera todas estas religiones y grupos místicos me ayudaron a crecer y a enderezar un poco mi camino, a replantearme una nueva escala de valores morales, de manera que la integridad y la rectitud distinguirán mis actos, una conducta afín con las propuestas de cada una de ellas y de la sociedad pero en ninguna encontré lo que buscaba.

Y es que, cuando se nos oscurecen los signos de Dios porque fallan el amor y la amistad, la fidelidad en el matrimonio, la falta de principios y valores morales; el respeto a la vida, la justicia y derechos humanos, cuando el bien y la verdad parecen desaparecer ante el empuje del mal y de la mentira, entonces se nos hace más difícil seguir creyendo en Dios y en las personas. Surgen la crisis de fe, la duda mística, somos presa del miedo, aparece el desánimo. Todo ello es señal inequívoca de una fe débil que queda a la interperie y sin raíces, entonces es el momento de suplicar: ¡Sálvame Señor!.


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