viernes, 21 de febrero de 2020

PERSONAS DE MIL MASCARAS




CIEN INTERMINABLES HORAS DE CARNAVAL
                                                   


Al abordar el tema del “carnaval”, se transgrede mi propia retórica, provocando un asedio intenso de los sentidos que se vuelcan en la acuarela transparente de mi memoria, exhibiendo la diversidad fantástica de las personas de mil máscaras.
La sangre reverbera, el deseo roe los bordes de la lujuria, el ambiente se vuelve cómplice, en la piel se siente un temblor, se palpa una textura, la pasión recorre sabanas, agujeros mordidos. Es el hombre y la mujer martillando sobre el caliente despertar del deseo, es el momento de amar, gozar y desnaturalizarse de todos los tiempos, fragmentado en cien interminables horas.

Viento que acaricia el rostro, licor que embriaga el  alma, agua que rosará la piel en un rio virtual  e intenso de gotas convertidas  en cadenas de cristal; calle arriba y calle abajo, murgas, tamborito, jolgorio, princesas, reinas y carrozas.

Las carcajadas resonando, confundiéndose entre el murmullo de los diálogos amorosos, “las conquistas fáciles, las citas apremiantes”. Las parejas se estrechan en enamorado abrazo y el rumor de los besos se mese en un sueño, entre el bullicio público y licencioso de las autoridades.

El embriagante festejo de carnaval lo tolera todo: la lujuria pecaminosa, los pedazos de nalga  guindando del  pantaloncillo, las tetas a flor del sostén, las lonjas de barriga al aire libre, las desgalilladas cantalantes,  las chiquillas oscilando su cintura  al ritmo de la música de Sandra Sandoval, la risa, los gritos, los  grupos de danzantes contorneando el cuerpo  bajo los frondosos arboles y por otro lado, la alegría espontánea y despreocupada de los borrachos.

Hacia la  caída de la tarde, una playa sin fin, impregnada de  sonidos naturales: espectros del sol intensos y ardientes,  el océano desata sus espumas, se goza una humedad que recuerda las cascadas imperecederas del amor, olas que danzan cadenciosas empujadas por el viento, caracolas  alegres dispersas en la arena con ganas de imitar el fascinante y complejo mundo del CARNAVAL, el sol las circunda y, alternativamente la hace pasar de la luz a la sombra.

En esta época, la mujer se inviste de todas las propiedades telúricas, su cuerpo se deshoja y danza sobre la desnudez, con el baile del amante que se mueve desenfrenadamente al son del Rap, hasta sentir sus instintos colmados de placer.

En las noches de carnaval, la mujer posee otro dinamismo, sufre todas las mutaciones del mundo natural: es asfalto, crepúsculo, noche constelada, niebla, incendio. Su cuerpo posee colinas y bahías que semejan la geografía del planeta; su sonrisa es agua sus raíces se ramifican invasoras por la piel, poseedoras de la fuerza de la espiga y la vastedad de las palmeras.

Es cuerpo de erizo y brazos de enredadera. Su cuerpo se vuelve lácteo, pisciforme; se transforma en  mariposa, en abeja, en libélula, en deseo de olores pervertidos esperando el rocío de un amor pasajero, polvoriento e impreciso desde el primer momento de una fugaz entrega, en un lecho irreconocible, en una almohada desconocida, en un torbellino de besos y saliva que mojan el alma en la noche perfumada del idilio, en un intenso recorrido de sentimientos que terminará después del miércoles de ceniza, y que tal vez le deje como regalo el fruto de la continuidad como especie humana.

Carnaval. Oh carne banal, fantasía de sueños, felicidad , desenfreno , despechos, hipocresía, ebrios desesperados, jolgorio, farsas, cuerpos insatisfechos, gula y falta del amor a Dios en cien interminables horas de carnaval.