viernes, 11 de agosto de 2017

HUMEDADES

HUMEDADES
                                                        De: Eliécer Vásquez Quezada

 Humedades, prosigue una producción literaria personal que abarca ya casi cuatro décadas. A diferencia de los anteriores, en este percibo una vitalidad y riqueza que no había reconocido hasta ahora en mi quehacer literario, pues me resulta un poemario verdaderamente atípico, con un tono a veces desbordado por la emoción y directo en el lenguaje, ya que nace inmerso en una sobredosis de deseo apasionado y de amor compartido.
Al abordar el tema lírico, tanto en el amor como en el erotismo, se transgrede mi propia retórica, lo que provoca un asedio intenso de los sentidos que se vuelca en la acuarela transparente del cuerpo de la mujer amada.
La sangre reverbera, el deseo roe los bordes de la escritura, la tinta se vuelve cómplice, el océano desata sus espumas, se goza una humedad que recuerda las cascadas imperecederas del amor. En las humedades de la piel se siente un temblor, se palpa una textura, la pluma filosa del poeta recorre sabanas, agujeros mordidos. Es la palabra martillando sobre el caliente despertar del silencio, es el poema de amor de todos los tiempos, fragmentado en el recuerdo y que, gracias a este oficio generoso, he reescrito y plasmado sobre una lluvia torrencial y satisfecha.
Esta obra recoge los momentos más sublimes que a nivel amoroso y sensual he experimentado con una mujer que es única, desde el primer momento de su divina entrega, en el mismo lecho, en la misma almohada, en un torbellino de besos y saliva que mojan el alma en la noche perfumada del idilio, en un intenso recorrido de sentimientos que no terminará nunca y que nos ha dejado como regalo el fruto de la continuidad como especie humana.
En Humedades, la mujer se inviste de todas las propiedades telúricas, su cuerpo se deshoja y danza sobre la desnudez, con la lengua del amante que juguetea desenfrenadamente con su pubis  hasta ver sus ojos colmados de placer.
Aquí, la mujer posee el mismo dinamismo, sufre todas las mutaciones del mundo natural: es asfalto, fuga y quiebre del oleaje, el sol la circunda y, alternativamente la hace pasar de la luz a la sombra; es crepúsculo, noche constelada, niebla, incendio. Su cuerpo posee colinas y bahías que semejan la geografía del planeta, sus ojos contienen el océano y su sonrisa es agua; sus raíces se ramifican invasoras por la piel, poseedoras de la fuerza de la espiga y la vastedad de las palmeras.
Es cuerpo de erizo y brazos de enredadera. Su cuerpo se vuelve lácteo, pisciforme; se transforma en caracola, en mariposa, en abeja, en libélula, en deseo de olores pervertidos esperando el rocio de un amor puro, polvoriento y preciso.
Las palabras difuminan el color de todo lo que abarcan y, en exquisita armonía, la alfombra de la noche sugiere el abrazo de los cuerpos desnudos para invitarlos a quedarse y dar fe de sus pueriles provocaciones, envueltos en el embriagante aroma de la cópula; mientras uno escruta la mirada de la amada y su cabello azabache desata la infinita oscuridad; mientras los dedos desgranan el lunar de su rostro, el deseo intermitente en el  instante de éxtasis.

Todo se ha consumado. El amante se queda parado delante de su amada, mientras un espejo devuelve la imagen de un cuerpo de mujer que se mira sin mirarse, perdida en las brumas de un amor que se consuma a plenitud. Irremplazable mujer de mis insomnios. ¡Oh, Maja desnuda de mis noches!